viernes, 13 de noviembre de 2009

Perdidamente boludos

Sí, comprendemos que las calles están mal trazadas, que los mapas están escritos con una letra diminuta y que las indicaciones de algún transeúnte solidario pueden llegar a confundirnos aún más. Sin embargo, es hora de admitirlo: casi siempre nos perdemos por ignorantes, por despistados o por apurados. En síntesis, por boludos.

Un martes caluroso, tres adolescentes decidieron romper con su rutina e ir al cine, más precisamente a uno ubicado en la peatonal Lavalle. Usualmente utilizaban el subte, pero como ya es costumbre, los empleados del mismo estaban de paro. Es por eso que decidieron tomar, guía T en mano(Nota al margen: digan “Guía T” en voz alta. Ahora todo junto ¿Lo habían notado? Guía-te…no te sientas mal, a mi también me lo tuvieron que decir…), un ramal de la línea 4 que supuestamente las dejaría en Correo Central, desde donde luego caminarían hacia su destino.
Ellas hubieran jurado que el colectivo que tomaron tenía un cartelito arriba que rezaba “C. Central”.
Pero no opinó lo mismo el colectivero, quien cuando ellas, luego de haber notado que “el colectivo estaba haciendo un recorrido extraño”, le preguntaron si va a dicho lugar, les respondió “¡Nooo, pero eso esta como a 200 cuadras!”
Viendo que el colectivero en cuestión no estaba resultando de mucha ayuda, se bajaron en la siguiente parada, que resulta estar ubicada justo delante del casino de Puerto Madero. Cualquier otro se hubiera metido a jugar un par de fichas, pero ellas son muchachitas sanas y asiduas consumidoras de turrones de maní (La golosina más sana. Vean el paquete si no me creen) por lo cual eso ni se les pasó por la cabeza. Decidieron, en cambio, caminar las cuarenta cuadras que, según las indicaciones que el padre de una de ellas les da por teléfono, las separaban de su destino original, al rayo de sol. Casi se les derrite el cerebro, pero ese es un detalle menor. Son adolescentes. No es que lo necesiten. Y puede que con un poco de suerte, eso les ayude a conseguir un cargo público.
Finalmente, su historia tuvo un final feliz, aunque debieron que ir a otro cine porque, como supondrán, perdieron la función a la en un principio pensaban asistir. Pero aprendieron una valiosa lección: como el subte, nada. Y que esa guía T debe ser volada al carajo cuanto antes.

Nueve de la noche, día de Navidad. luego de una amena jornada, se dieron por finalizados los festejos en una casa en de un country ubicado en Ingeniero Maschwitz. Papá, mamá y las nenas emprendieron el regreso a Parque Patricios, siguiendo las instrucciones dadas por el dueño de casa: derecho por la ruta, hasta encontrar la entrada de la autopista, luego derecho por la misma hasta llegar a destino. Sencillísimo, hasta que el factor boludez se hace presente.
Once de la noche. Llegaron a la entrada de la autopista, pero papá la pasó por alto. Mamá no se dió cuenta. Las nenas cantaban canciones infantiles con sus vocecitas chillonas.
Doce de la noche. El cartel de la autopista obviamente no aparecía. Papá empezó a perder su usual parsimonia. Mamá se puso un tanto nerviosa. Las nenas, para variar, jodían.
Una de la mañana. Comenzó a hacerse evidente que el cartel de la autopista no iba a aparecer. Papá estaba nervioso, y mamá, histérica. Las nenas siguieron jodiendo hasta que mamá las calló de un grito.
Dos de la mañana. Finalmente apareció un cartel, pero este rezaba “Bienvenidos a Lomas de Zamora”. Papá no entendía como podía ser. Mamá entró en estado de locura temporal, y rompió en carcajadas al grito de “¡NOS ESTAMOS YENDO A LA MIERDA!”. Las nenas, en un rapto de inteligencia, decidieron quedarse calladas.
Cuatro de la mañana. De algún modo, lograron retomar el rumbo y llegar a casa. Mamá y papá se tomaron un comprimido de valeriana cada uno. Muchos años más tarde, la nena menor abrió un blog con un amigo. Sí, definitivamente esto me suena de algún lado.

Acá finaliza el posteo, pero sepan que hay muchísimas anécdotas por el estilo que merecen ser contadas, pero que por falta de tiempo (o de ganas), no podemos relatar. Es que todos, en el fondo, somos perdidamente boludos.

Porque la boludez sí tiene límites. El problema es que no están bien marcados en este mapa de mierda.